lunes, 28 de enero de 2013

El navegante.

Tensó los cabos y escotas correspondientes. Comprobó el estado de la mar y la dirección del viento. Izó la mayor y el foque, y notó cómo las lonas empezaban a hincharse. Puso la mano en la caña del timón y comenzó a temblar.

Habían sido muchos años de adiestramiento. Haz esto, haz lo otro. Virada por avante, por redondo, ceñida y empopada. Botavara, quilla, través. Pero no solo eran palabras. Sabía cómo y cuándo situarse para hacer banda, mirar las lanitas para comprobar que la vela estaba bien direccionada. Incluso una dura preparación física, pues no era algo sencillo lo que se proponía. Al alba salía a correr, hacía pesas, repeticiones, dieta equilibrada. Por la noche estudiaba los mapas, las corrientes marinas, las posibles rutas. Llevaba ya un tiempo racionalizándose el agua, la comida, simulando las provisiones que podría llevar o no en el barco.

Siempre había navegado con instructores que le indicaban qué debía hacer en cada momento y cómo afrontar cada situación. Es verdad que había navegado sólo en ocasiones, aunque siempre cerca de la costa.

En el pueblo pesquero en el que vivía había una curiosa tradición. Todos los años partían un grupo de jóvenes mar adentro. Eran los jóvenes mejor preparados. El resto, permanecía entrenando duro para que llegara la siguiente primavera y poder hacerse a la mar. No era ni una competición ni nada por el estilo, aunque sí que había cierta rivalidad. Siempre estaban los niños pijos, que llevaban los veleros más modernos y preparados, última tecnología con los sistemas de localización por GPS, etc. Y los que se aventuraban con lo que podían, algunos de herencia, otros barcos hechos a mano, con mapas, brújula, sextante. Pero todos apuntaban hacia el horizonte cuando llegaba el día de la partida.

El objetivo era simple. Debían recorrer las mayores distancias, ir a los lugares más recónditos, coleccionar los objetos más estrambóticos y fotografiar todos y cada uno de los detalles de la travesía. No había tiempo límite, podían regresar cuando quisieran. Unos tardaban un par de semanas, otros varios meses, siempre estaban los que regresaban un par de años después y estaban los que se les daba por perdidos pero volvían al cabo de diez o quince años, incluso hubo quien regresó treinta años después. Pero no todos retornaban. Era un reto peligroso, había quienes nunca regresaban y no se volvía a tener noticias de ellos. 

Partían todos a la vez, pero siempre arribaban a puerto en cuentagotas. Era un espectáculo, la noticia de la vuelta de un navegante corría como la pólvora, y todos los del pueblo se arremolinaban en el puerto para darle la bienvenida. Las historias variaban de unos a otros, así que siempre era un gran acontecimiento y preparaban una cena en la plaza mayor para que el navegante contara su hazaña. No obstante, los rumores siempre predecían. “Dicen que estuvo dos semanas encallado en un arrecife y tuvieron que rescatarlo unos pescadores” o “Me han dicho que llegó a un pueblo donde hizo negocio, y ganó tanto que se compró un barco mejor”, “No ha estado ni una semana, y es la cuarta vez que intenta salir ya. Este muchacho no hará nada”, de cada cual chismeaban una cosa. Los había quienes tenían mucha suerte, habían trabajado y viajado, habían comprado recuerdos para todos, y llegaban como grandes aventureros al cabo de los años, aunque muchos de estos se habían dedicado a ir bordeando la costa, por el camino fácil. Otros contaban tremendas hazañas en el mar, tormentas increíbles, naufragios, islas deshabitadas y largas jornadas perdidos en medio del océano, rodeados de las criaturas marinas más bellas. También estaban los que regresaban varios en un mismo barco. Habían unido sus fuerzas y así habían conseguido sobrevivir. Y quienes traían restos de los que habían perecido en la mar.


No todos los jóvenes partían. Siempre había alguno que postergaba su viaje año tras año y nunca partía, se quedaba en el puerto reparando barcos, ayudando en la taberna, etc. También estaban los que partían más de una vez, los que nunca se rendían pese a haber tenido muy mala suerte en sus anteriores expediciones. 

Pero había que dejar de vivir de las historias de los demás. Ya era hora de que él escribiera la suya propia, de sentir en su propia carne qué era aquello de lo que tanto hablaban. Tenía ganas, se moría de ganas, la impaciencia por conocer se le comía por dentro. Pero ya lo había intentado dos veces antes de aquella, y no había sido capaz de salir del puerto. Siempre tenía alguna escusa, “me olvidé de carenar, así no puedo salir”, “tengo la brújula rota”, “prefiero ahorrar durante un año más y comprar una vela mejor”…  

Los días de antes se había reunido con sus compañeros. La mayoría tenía ya las rutas trazadas. Siempre estaba el de “yo voy a seguir la misma ruta que hizo mi padre”. O el que tenía muy claro que su primer destino sería Singapur. Pero él no sabía, era incapaz. “¿Tú que vas a hacer? ¿Cuál será tu rumbo?” “Pues quizás voy hacia el sur, o hacia el norte, tal vez sea oeste”, pero nunca había una respuesta clara y convincente. Había días que se levantaba y parecía que lo tenía muy claro, “quiero ir a China”, pero siempre había alguien que lo desanimaba, “ve con cuidado, hay muchos chinos en china, y no los vas a entender a todos”. 

Había llegado el momento, era la hora, no podía pasar un año más. Contó de nuevo las provisiones. Repasó el estado de cada una de las partes del barco. Esta vez recién carenado, recién pintado, brújula nueva, no podía faltar nada. Se miró en el espejo antes de salir de casa, por última vez. Vio a alguien joven, lleno de ilusión, de fuerza, de sueños. Intentó imaginar cómo sería su reflejo a la vuelta. Con el pelo más largo, dorado por el sol y el salitre. Quizás con alguna cicatriz. Volvió a mirarse a los ojos, y vio el miedo, vio la angustia. Cerró los ojos. Todo se volvió negro. Respiró hondo, y al soltar el aire imaginó que estaba en su barco, y que con el aire que exhalaba de sus pulmones era capaz de moverlo. Volvió a abrir los ojos y vio de nuevo al joven en el espejo. Su reflejo.

Cruzó las crujientes tablas del pantalán cargado con el último petate de provisiones y utensilios. De un bote se subió al velero y éste le respondió con un balanceo de bienvenida. Unas notas alegres que surcaban el ambiente, provenientes de la banda municipal, amenizaban la despedida. “Y recuerda” escuchó de pronto, era la voz de su padre que estaba en el pantalán, “no te desesperes si al principio te cuesta salir de la bahía, es por la corriente del cabo, ya lo sabes. Después cruzarás el estrecho, es una zona complicada y es posible que haya tormenta. Si eres capaz de aguantar un par de meses, después ya vendrá la calma, y ahí todo dependerá de ti.” Se fundieron en un abrazo. “Suerte, y siempre la vista hacia adelante”.

De pronto, se elevó por encima de sus cabezas el seseante cohete para desintegrarse en un sonoro estallido. Marcaba la hora de partir. Tensó los cabos y escotas correspondientes. Comprobó el estado de la mar y la dirección del viento. Izó la mayor y el foque, y notó cómo las lonas empezaban a hincharse. Puso la mano en la caña del timón y comenzó a temblar. Su padre soltó el amarre. Sabía que él lo soltaría, pero no miró atrás para comprobarlo. Notó cómo se deslizaba suave sobre el agua. Como el ladrón perfecto de guante blanco. Había llegado la hora de tomar decisiones, de seguir un rumbo. De ir a la popa de otro navegante, dejarse llevar por la corriente, de no alejarse demasiado de la costa, de no perder de vista su pueblo. O bien de poner rumbo hacia el horizonte, ir de frente a la tempestad, plantarle cara a la vida, tomar sus propias decisiones, asumir sus errores, arriesgar por rutas desconocidas, no ser un vulgar navegante, ser “el navegante”, el navegante que regresa triunfante con la cabeza bien alta, el que está orgulloso de lo que ha hecho. 

Todos navegaban rumbo sudeste. Sabía que esa dirección les llevaba a otro pueblo pesquero cercano, seguramente pensaban pasar allí la noche. De pronto un escalofrío le pasó por la espalda. Sabía que ese no era su lugar. No quería pertenecer a “la flota”. Su rumbo iba a ser diferente y lo iba a marcar él desde el principio, así que empujó la caña pasando por debajo de la botavara. Había una nube negra en el horizonte y ese era su destino. Muchos pensaron que estaba loco, que para qué arriesgar tan pronto. Todos desconocían qué había detrás de aquella tormenta y el único que al final lo supo fue él.

miércoles, 20 de junio de 2012

En la noche del gato negro.

Con la capa enrollada en una mano presionaba la herida de su vientre. La sangre no dejaba de brotar de aquel corte profundo. También la nariz sangraba, y sentía un fuerte dolor de cabeza. Minutos antes había perdido el equilibrio, y el conocimiento al caer, después de aquel certero porrazo con un ancho madero en medio de su rostro. No sabía cómo había podido fallar, el plan era simple. Ahora había conseguido llegar arrastrándose a un pequeño porche, por lo menos así sería algo menos visible si pasaba la guardia, y sentado apoyaba su espalda contra la pared mientras repasaba una y otra vez los hechos. 

“Si me hubiera agachado”, “debería haber esperado un poco a saltar”, “tendría que haber sido más rápido, seguro que si hubiera ido a matar en vez de a coger el dinero”, “sí, esa era, es más fácil registrar a los muertos, pero yo siempre pensando en ser el más elegante, y así me lo devuelve la vida”. Eran algunas de las frases que se repetían una y otra vez en su mente.

La táctica era sencilla, solamente tenía que sorprender a ese par de viandantes, intimidarlos con su espada y escapar con el dinero. Era lo que siempre hacía, y siempre resultaba, además conocía aquellas callejuelas, si algo salía mal solamente tenía que salir corriendo y esconderse en uno de los múltiples lugares que tenía pensados. Pero aquel día todo había salido mal, mucho peor de lo que podía haber imaginado.

La sangre seguía corriendo, la noche estaba ya avanzada, y pedir auxilio simplemente agravaría las cosas. Intentaría levantarse sin éxito un par de veces, pero había perdido mucha sangre y las piernas le flaqueaban, sería inútil intentar andar. La vista empezaba a nublársele y una profunda acidez le quemaba por dentro. 

Era ya de noche cuando se escondía agazapado en la sombra, esperando a que sus dos víctimas estuvieran lo suficientemente cerca. Eran dos tipos vestidos de negro, inclusive su capa y su sombrero. Su pulso era muy acelerado justo antes de sorprenderlos y respiró hondo. Los nervios le invadían. Nunca había creído en supersticiones, pero aquel gato le miraba de una manera extraña, era como si supiera lo que iba a suceder, los ojos negros del felino estaban clavados en los suyos, y de pronto saltó en medio de la calle. Esto hizo que las dos figuras oscuras dieran un pequeño brinco. Aprovechando la situación decidió que ese era el mejor momento para salir de su escondite con la espada en la mano. 

-¡Denme lo que tengan y no saldrán heridos!- gritó amenazando con la punta de su ropera.

Pero ambos sujetos echaron un paso atrás y desenvainaron sus armas. El primero de ellos lanzó una estocada que hábilmente fue desviada por el hierro del ladrón. Nunca había estado en esta situación, siempre había tenido la suerte de que nadie se defendía. Intentó alcanzar a uno de ellos, pero también fue desviada la embestida. De pronto sintió un pinchazo en el vientre, y su cuerpo, casi por instinto intentó la huída. Giró bruscamente para salir corriendo, pero calculó mal y se golpeó fuertemente con uno de los travesaños que sostenían el porche a sus espaldas. El pánico de la situación lo había vuelto torpe.

Quería llorar pero las lágrimas no le salían. Sabía que su vida se le escapaba de las manos. Los párpados empezaban a pesarle, ahora parecía que ya no le dolían tanto las heridas. El sueño lo invadía por completo, empezaba a desvariar y a ver imágenes, hasta que perdió por completo la conciencia.

Los primeros rayos de sol empezaron a invadir la calle. Una madre y su hijo cruzaban en ese momento por allí cuando el pequeño gritó:

-¡Mira madre, allí hay unas piernas con sangre!

-¡Dios santo!- Exclamó la mujer mientras se santiguaba. –Qué horror, parece alguien joven. 

La mujer se acercó y descubrió el rostro cubierto por un sombrero oscuro de ala ancha. 

-¡Ahhh! ¡Madre Santísima!- Gritó mientras se volvía a santiguar- ¡Corre! Ve a llamar al señor Luís el panadero. Es su hija. 

La muchacha presentaba un corte profundo en el abdomen. Había muerto desangrada. También tenía la nariz rota e hinchada. Su padre no comprendía por qué llevaba sus ropas y su espada. Aunque ahora le sería más fácil imaginar de dónde habían salido los ingresos de la muchacha en los últimos meses.

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El texto anterior pertenece a un pequeño experimento que realizamos entre varios amigos aficionados a la escritura. Se propuso un título, en este caso "En la noche del gato negro", y cada uno preparaba una narración que le inspirara ese título. Podéis leer algunos de los otros textos aquí:





miércoles, 14 de marzo de 2012

Piloto.

COLABORACIÓN.
Autor: Adrián Granjo.

La primera vez que te vi eras de dos tonalidades de marrón, una más clara que la otra, y muy suave. Llegaste a mí una noche de invierno, era tarde y estaba medio dormido, pero cuando te vi aluciné. Lo primero que me preguntaron fue: "¿como le vas a llamar?". Aquí se me planteó un pequeño dilema y a mis 5 o 6 años lo resolví con algo con lo que cualquier chiquillo de esa edad tenía, imaginación. Te imaginé pilotando un avión monoplaza de esos antiguos con una hélice en la parte delantera y de ahí tu nombre, "Piloto".

Crecimos juntos y, pese a haber sufrido algún que otro percance en mis manos, a día de hoy sigues, más o menos, intacto. ¿Quien no necesita un corte de pelo? Me acompañaste durante toda mi infancia, sobretodo por las noches, y cuando tenía miedo a los monstruos que habían debajo de la cama o dentro del armario sólo tenía que abrazarte para que ese temor se esfumara. Pocas veces te separabas de mí por las noches y, aunque llegaron muchos más parecidos a ti, nunca pude dejarte así como así, ni siquiera a mi hermano.

Algunos que vinieron más tarde no duraron mucho, pues no estaban preparados para afrontar los peligros que supone un hermano furioso o un centrifugado. Otro del que me acuerdo mucho fue "Pingüino" y como su nombre indicaba tenía la típica forma de un "emperador" pico rojo, pecho blanco, cuerpo negro y patitas del mismo color que el pico. El pobre acabó sin cabeza. Me dio mucha pena pues llegó a ser en uno de mis favoritos.

Piloto se convirtió en el entretenimiento de nuevos miembros de la familia tanto humanos como peludos. Hoy en día sigue conmigo y espero pueda acompañar a nuevos pequeños soñadores, y hacer frente a los peligros que suponía no tener la luz encendida cuando nos íbamos a dormir. Cuando aparecían los miedos por monstruos o la misma oscuridad. Piloto es, fue y será mi peluche, mi mascota a quien cuidaba y quien me cuidaba. ¿Y vosotros no tenéis ninguno? Puede que el vuestro haya sido un gato de peluche, una rana...

miércoles, 8 de febrero de 2012

"Matxà de Sant Antoni" en Alcora.


Hace poco más de 15 días que se celebró la festividad de "Sant Antoni", por ello rescato este texto que escribí hace un año por este mismo motivo:



“La recua, formada por los trajinantes y sus respectivos animales de carga, ya sean burros, caballos, mulos, etc. recorre las calles de la villa alcorina, recordando los que en otros tiempos fueron embajadores y exportadores de nuestra preciada cerámica, famosa gracias a "la fàbrica gran", la Real Fábrica de Loza y Cerámica, fundada por el IX Conde de Aranda a principios del s.XVIII.


Los alcorinos esperan con fervor el paso de la “Matxà” por sus calles y plazas, donde, a modo de señal luminosa y para calentar la fría noche de enero, encienden hogueras y reciben con cocas, embutidos secos, “figues albardaes”, así como con líquidos: anís, vino y mistela, humedecen las gargantas de la comitiva que forma la romería. 



Para finalizar se les entrega a cada participante un “prim” bendecido, ya sea bestia o persona, poniendo punto y final a esta ancestral tradición que lleva recorriendo las calles de este pueblo desde los tiempos medievales, siendo una de las más bonitas y con sabor añejo tradiciones alcorinas.”

miércoles, 1 de febrero de 2012

Padua. Una noche estrellada.


Esta noche bajaría las estrellas para crear con ellas un vestido de luces que ilumine tu cuerpo, una prenda transparente de luz que no oculte tu belleza sino que te dé el esplendor que mereces.

Esta noche bajaría las estrellas para que danzaran alrededor de tu silueta, que cubrieran de brillantes destellos tu cabello, oscuro como la noche, para tener el firmamento más cerca.

Tus ojos bien podrían suplantar al astro rey en el día y en la noche destellar como la Luna. Tu cuerpo, color de la tierra fértil, viva, bronceada por el sol, dunas en el desierto de arena fina, amanecer en la montaña y anochecer en el mar.


La suerte de tener un paraíso en mis manos, poder acariciarlo con la mirada y sentirlo con el alma. Qué suerte tener un universo inexplorado para mí, una isla desierta en el océano cargada de tesoros, la tierra prometida que puedo estrechar en mis brazos, esa es la suerte que tengo.

Bajo las estrellas acariciaría tu cara iluminada y me acercaría a tu oído para, con una voz muy débil pero segura, casi inaudible pero clara, decirte “te amo”, y continuar con el beso más dulce y apasionado con el que jamás has soñado.

miércoles, 4 de enero de 2012

Sicilia. El contrato.

No hay papel, no hay pluma, ni bolígrafo, ni cartón. No hay lápiz ni lapicero, ni cuaderno donde rubricar. Pero es inquebrantable ley natural que aparece y desaparece entre dos. Sube, baja, se desliza suave la mano grabando en sangre las palabras invisibles para los ojos, brillantes y claras para el músculo motor, principal impulsor de vida. No sabes qué está dentro ni qué está fuera, solo lo sientes cuando te sales de los márgenes, cuando uno u otro los cruza, entonces te das cuenta de cuáles son los límites y cuál es la pena.

No hay juez ni jurado, no hay cárcel, prisión, jaula o recinto de pena. Todo en uno mismo, tu propia cárcel y tu propio carcelero, tu propio juez y duro jurado. Hay quien trata un plan de fuga y quien se infringe la pena más dura. Las reglas cambian según la persona, hay quien es capaz de vivir feliz en su propia prisión de sentimientos cruzados mientras que para otros las rejas son de frágil papel. Cruzas la estancia, sales y vuelves a entrar y así hasta el fin.

Cruel inquisición de pensamientos que juzga cada movimiento, cada estado y cada acción. Cruel sacerdote moralista que te habla de respeto, confianza, fidelidad y amor; y dulce diablo que te invita a cruzar la línea, a traspasar la pared, a probar la fruta dulce de lo prohibido, a ser la Eva de lengua bífida que controla el manjar y lo ofrece con talentosa retórica y persuasión. Bruja, sirena envuelta en un mar de humo que confunde los sentimientos. Océano denso que abre distancia entre dos tierras que estaban unidas. América y África.

El equilibrista se mantiene en la cuerda floja para no caer al abismo, tentativo y burlón. Pero el caballo alado cruza el cielo e interrumpe la exhibición de hombría cazando al que tropieza para llevarlo a lugar seguro. Ahí está la cárcel, el paraíso, el juez y el verdugo, todos esperan ansiosos, pero nadie mira, nadie sabe. La cabeza de caballo en la cama tiñe las sábanas de rojo. Nunca traiciones a la familia, la familia es lo importante.







miércoles, 7 de diciembre de 2011

Los tres consejos del rey.

Mientras navegaba por el Amazonas conocí a un chico llamado André que nos acompañaba en las noches mientras tomábamos cerveza, tocábamos la armónica y cantábamos rancheras a la luz de las estrellas.

El tema es que entre canción y canción también intercambiábamos relatos que o bien habíamos inventado o bien habíamos leído en alguna parte. Uno de los que contó nuestro amigo André me pareció curioso y lo comparto con vosotros, él lo tituló “los tres consejos del rey”, o algo así:

             “Había una vez un muchacho que vivía en un pueblito pequeño. Un día conoció a una preciosa chica también de su pueblo y se enamoró. La muchacha quedó embarazada pero como ellos eran muy pobres él decidió irse a buscar un trabajo lejos de su pueblo para poder mantener a su familia. El muchacho caminó y caminó y al final llego a un precioso castillo. El rey lo recibió y el muchacho le contó su historia, a lo que el rey le respondió dándole trabajo como ayudante en la cámara real. Pasaron los años y el muchacho había cogido tal confianza con el rey que ya prácticamente eran como amigos. Pasaron 20 años desde que el muchacho marcho de su tierra y creyó que ya era tiempo de pedir su parte al rey y regresar. Se reunió con el rey y éste le ofreció un trato. Podía pagarle una gran suma de dinero por los 20 años a su servicio o bien podía ofrecerle 3 sabios consejos. El hombre se quedó un rato pensativo pues si se quedaba todo el dinero no necesitaría trabajar más en su vida, pero quizás los consejos le fueran necesarios, así que al final dijo: “me quedo con los consejos”. EL rey se sorprendió gratamente pues pensaba que había tomado una buena decisión.

- El primer consejo que te doy – dijo el rey – es que nunca dejes un camino viejo por seguir uno nuevo. El segundo, que no te metas en asuntos que no te incumben. Y el tercero es que antes de actuar piensa dos veces.

El muchacho no entendió muy bien para qué le iban a servir estos consejos, aun así agradeció al rey, tomó sus pertenencias y empezó el camino de regreso.

Al poco tiempo de estar caminando observó una bifurcación, por un lado seguía el camino viejo, por el que él vino cuando llegó al castillo. Pero éste parecía en desuso, las hierbas habían ocultado parte del mismo. Al lado había un camino nuevo, adoquinado y mucho más acondicionado, parecía llegar al mismo lugar. Por un momento pensó en ir por el nuevo camino pero recordó el consejo del sabio rey que le decía: “Nunca dejes un camino viejo por seguir uno nuevo”, entonces se lo replanteó de nuevo y decidió tomar el antiguo camino.

Llevaba varios días de viaje y las provisiones escaseaban ya, además empezaba a hacer frío y se estaba haciendo de noche. Entonces vio a lo lejos un castillo y se aventuró a preguntar por refugio. Enseguida le abrieron y el señor del castillo le invitó a comer, pues estaba solo y pensó que un poco de compañía no le vendría mal. Empezaron a servir la cena, un gran banquete, y mientras el señor le preguntaba sobre la vida del hombre. Éste le contaba todo aquello que podía para tener contento al señor. No obstante, el hombre no dejaba de escuchar unos gritos que parecía que venían de unas mazmorras, eran bien desagradables y se moría de ganas por preguntarle de dónde procedían aquellos aullidos. Pero de pronto volvió a recordar el segundo consejo del rey, “no te mentas en lo que no es de tu incumbencia”, y decidió ignorar el griterío.

- Estoy asombrado, – dijo el señor al terminar la cena – has estado toda la noche aquí y no me has dicho ni una sola palabra acerca de los gemidos. Eso me alegra, pues siempre que tengo algún invitado como tú me pregunta, lo cual me pone muy furioso y lo encierro allí con el resto. En cambio tú no has dicho nada y por ello te voy a regalar un caballo y provisiones para que tengas un buen viaje de regreso y además añado 15 monedas de oro, con lo que tendrás para alimentar a tu familia durante un buen tiempo.

- Muchas gracias, - dijo el hombre – aunque antes de marchar me gustaría hacerle una pregunta. Al venir hacia aquí había una bifurcación con dos caminos, uno bien nuevo y el que me ha llevado hasta aquí. ¿A dónde se dirige el camino nuevo?

- Buena pregunta, el nuevo camino es prácticamente paralelo a éste, la diferencia es que aquel camino está frecuentado por comerciantes, pues llevan carros pesados y esto atrae a los ladrones que también merodean la zona, estoy seguro de que te hubieran asaltado. En cambio, este camino es tranquilo pues nadie se aventura a tomarlo. Y ahora ve y no te demores, pues tu mujer lleva muchos años esperándote. – Concluyó el señor.


En los siguientes días el hombre avanzó bien rápido, pues tenía un buen caballo. Al fin estaba llegando a su casa, se plantó en la puerta e hizo la intención de llamar, pero se detuvo antes de hacerlo y prefirió mirar por la ventana a ver si había alguien. De pronto, vio una imagen que le sobrecogió, su mujer estaba abrazando a otro hombre, joven, bien alto y fuerte. Ella le había traicionado. Entonces entró en cólera el hombre y cogió un garrote que había en la puerta esperando a que saliera el amante. La puerta se abrió y cuando estaba a punto de dejarlo seco de un garrotazo recordó el tercer consejo “piensa dos veces antes de actuar”. Esto hizo que bajara el madero y lo depositara en el suelo. Miro bien a aquel hombre y se fijó en sus ojos, eran igualitos a los suyos. Era su hijo. ¡Pero qué barbaridad hubiera cometido si hubiese actuado sin pensar! Él se presentó, y los dos se fundieron en un abrazo. Gracias a los tres consejos del sabio rey el hombre consiguió regresar con su familia.”



Bueno, y hasta aquí su relato, o mi versión de su relato pues tampoco lo recuerdo palabra por palabra. No es que sea muy profundo, ni demasiado elaborado, pero tiene su aquel. Se le pueden dar muchas interpretaciones a esos tres consejos. Espero os haya gustado.