miércoles, 20 de junio de 2012

En la noche del gato negro.

Con la capa enrollada en una mano presionaba la herida de su vientre. La sangre no dejaba de brotar de aquel corte profundo. También la nariz sangraba, y sentía un fuerte dolor de cabeza. Minutos antes había perdido el equilibrio, y el conocimiento al caer, después de aquel certero porrazo con un ancho madero en medio de su rostro. No sabía cómo había podido fallar, el plan era simple. Ahora había conseguido llegar arrastrándose a un pequeño porche, por lo menos así sería algo menos visible si pasaba la guardia, y sentado apoyaba su espalda contra la pared mientras repasaba una y otra vez los hechos. 

“Si me hubiera agachado”, “debería haber esperado un poco a saltar”, “tendría que haber sido más rápido, seguro que si hubiera ido a matar en vez de a coger el dinero”, “sí, esa era, es más fácil registrar a los muertos, pero yo siempre pensando en ser el más elegante, y así me lo devuelve la vida”. Eran algunas de las frases que se repetían una y otra vez en su mente.

La táctica era sencilla, solamente tenía que sorprender a ese par de viandantes, intimidarlos con su espada y escapar con el dinero. Era lo que siempre hacía, y siempre resultaba, además conocía aquellas callejuelas, si algo salía mal solamente tenía que salir corriendo y esconderse en uno de los múltiples lugares que tenía pensados. Pero aquel día todo había salido mal, mucho peor de lo que podía haber imaginado.

La sangre seguía corriendo, la noche estaba ya avanzada, y pedir auxilio simplemente agravaría las cosas. Intentaría levantarse sin éxito un par de veces, pero había perdido mucha sangre y las piernas le flaqueaban, sería inútil intentar andar. La vista empezaba a nublársele y una profunda acidez le quemaba por dentro. 

Era ya de noche cuando se escondía agazapado en la sombra, esperando a que sus dos víctimas estuvieran lo suficientemente cerca. Eran dos tipos vestidos de negro, inclusive su capa y su sombrero. Su pulso era muy acelerado justo antes de sorprenderlos y respiró hondo. Los nervios le invadían. Nunca había creído en supersticiones, pero aquel gato le miraba de una manera extraña, era como si supiera lo que iba a suceder, los ojos negros del felino estaban clavados en los suyos, y de pronto saltó en medio de la calle. Esto hizo que las dos figuras oscuras dieran un pequeño brinco. Aprovechando la situación decidió que ese era el mejor momento para salir de su escondite con la espada en la mano. 

-¡Denme lo que tengan y no saldrán heridos!- gritó amenazando con la punta de su ropera.

Pero ambos sujetos echaron un paso atrás y desenvainaron sus armas. El primero de ellos lanzó una estocada que hábilmente fue desviada por el hierro del ladrón. Nunca había estado en esta situación, siempre había tenido la suerte de que nadie se defendía. Intentó alcanzar a uno de ellos, pero también fue desviada la embestida. De pronto sintió un pinchazo en el vientre, y su cuerpo, casi por instinto intentó la huída. Giró bruscamente para salir corriendo, pero calculó mal y se golpeó fuertemente con uno de los travesaños que sostenían el porche a sus espaldas. El pánico de la situación lo había vuelto torpe.

Quería llorar pero las lágrimas no le salían. Sabía que su vida se le escapaba de las manos. Los párpados empezaban a pesarle, ahora parecía que ya no le dolían tanto las heridas. El sueño lo invadía por completo, empezaba a desvariar y a ver imágenes, hasta que perdió por completo la conciencia.

Los primeros rayos de sol empezaron a invadir la calle. Una madre y su hijo cruzaban en ese momento por allí cuando el pequeño gritó:

-¡Mira madre, allí hay unas piernas con sangre!

-¡Dios santo!- Exclamó la mujer mientras se santiguaba. –Qué horror, parece alguien joven. 

La mujer se acercó y descubrió el rostro cubierto por un sombrero oscuro de ala ancha. 

-¡Ahhh! ¡Madre Santísima!- Gritó mientras se volvía a santiguar- ¡Corre! Ve a llamar al señor Luís el panadero. Es su hija. 

La muchacha presentaba un corte profundo en el abdomen. Había muerto desangrada. También tenía la nariz rota e hinchada. Su padre no comprendía por qué llevaba sus ropas y su espada. Aunque ahora le sería más fácil imaginar de dónde habían salido los ingresos de la muchacha en los últimos meses.

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El texto anterior pertenece a un pequeño experimento que realizamos entre varios amigos aficionados a la escritura. Se propuso un título, en este caso "En la noche del gato negro", y cada uno preparaba una narración que le inspirara ese título. Podéis leer algunos de los otros textos aquí:





2 comentarios:

  1. Yo también quiero un link para el mío ¬¬...

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  2. Fantástico relato, me encanta la trama que consigue trasladar a uno a la situación en si, además el final impredecible es muy original :)

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