lunes, 29 de agosto de 2011

Una lágrima.

Romance de aeropuerto.
Los ojos llorosos aunque sus labios esbozan una sonrisa. Claros y penetrantes que me observan al pasar mientras mantiene una conversación de despedida con alguien que, obviamente, no está allí y echará de menos. Tez morena y pelo castaño claro. Zapatillas, vaqueros y camiseta frambuesa holgada. Su voz fina se entrecorta a causa de una emoción contenida, a la vez que intenta transmitir un mensaje de tranquilidad a su interlocutor. La casualidad o el destino me habían llevado a encontrarme con ella. El corazón me da un vuelco pues me recuerda a alguien muy especial. No puedo evitar mirarla todo el rato. Cuelga el teléfono y le resbala una lágrima por la mejilla. Instintivamente busco el pañuelo de papel que sé que llevo en el bolsillo del pantalón, con la intención de ofrecérselo y así entablar una conversación, y con el valor que me caracteriza, simplemente la observo, sin moverme de mi asiento, esperando el momento, un momento que nunca llega.

La luz que entra por los amplios ventanales del aeropuerto hace relucir su rostro humedecido por las lágrimas, como si del atardecer más bello en el mar se tratara. Me levanto, me acerco a ella y le acaricio suavemente la cara hasta llegar a la parte posterior del cuello. Con la punta de mis dedos juego entrelazándolos en sus cabellos, con el sol parecen más dorados, a la vez que con el pulgar le seco la última lágrima rebelde. Me mira fijamente con los ojos muy abiertos, sorprendida. Hay un salto temporal y aparezco a su lado, paseando, la abrazo por detrás y le beso en el cuello, ella sonríe y siento como mi pulso se acelera y mi estómago parece encogerse a causa de los nervios. De pronto vuelvo a la realidad, ella se ha levantado y se marcha. Yo sigo sentado. ¡Maldita imaginación!
Más tarde regresa otra vez a su asiento, cuatro o cinco lugares nos separan. Parece que también tomará mi avión. Otra persona me saca de mis pensamientos para entablar una conversación, la típica conversación de espera, “a dónde vas”, “qué vas a hacer allí”… Pero yo no dejo de observarla. Por los altavoces nombran mi vuelo e instintivamente mucha gente se acerca a la puerta de embarque. Entre la multitud la pierdo de vista. Yo sigo sentado pues no tengo prisa en subir al avión.
Una vez en la aeronave, parece que mi mente está distraída en otras cosas y ya no recuerdo a la chica. Me levanto para ir al servicio, una escusa para estirar las piernas después de varias horas de vuelo. Al salir del pequeño habitáculo llega mi sorpresa, ella espera fuera, la miro a los ojos pero no le digo nada, aparto la mirada y regreso a mi asiento. Ahora ya la tengo localizada, está unas cuatro filas detrás de mí.
Aterriza el avión en la ciudad gris. Instintivamente la persigo con la mirada, no quiero perderla de vista, siempre unos metros por delante de mí. Esperamos las maletas, en la cinta, ella está justo al otro lado. Puedo verla nerviosa, recorriendo la cinta con la mirada en busca de sus pertenencias. Algo en su cara cambia, se agacha rápidamente, ya tiene lo que buscaba. Yo no. Sigo esperando mis maletas. Ella se marcha. Yo me quedo, impasible, sin poder hacer nada. La miro una última vez alejándose y pienso: “todas las historias de amor tienen un final y éste es el nuestro”.

Dedicado a mi prima Andrea, por el día de su cumpleaños. Un beset!!

1 comentario:

  1. oooh...que boniiitoo...¿desde cuando te has vuelto tú tan romántico?...muy chula ^^

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